El sábado decidimos movernos a Alcalá para ver cómo estaba la noche en el pueblo de los pinares. Allí nos reunimos Cabrilla, Cyrano, el Loco y algún espontáneo que se sumó a última hora a la excursión. Tras elegir a dedo quién se quedaba sin practicar la barra fija para que después no hubiera problemas con el globito, nos adentramos en aquel maravilloso pueblo y, cómo no, en Tierra Media y Resbalón, sus bares de moda. Todo perfecto y muy divertido porque allí tenemos amigos y amigas a mogollón y las copas están a precios competitivos. El reloj tiró para adelante sin compasión y, antes de que nos pudiéramos dar cuenta, las agujas marcaron las cuatro de la madrugada, una hora temprana a tenor de cómo se presentaba la noche.
Lo malo es que hay personas a las que no se les apoda por casualidad, y el Loco es uno de ellos.
A esas horas comenzó a bostezar y a dar la lata porque se moría de ganas de irse a su casa de Dos Hermanas a planchar la oreja. Los demás no tenemos culpa de que el Ejército lo tenga frito así que no le hicimos demasiado caso. Gran error. Una hora y media más tarde, cuando decidimos levantar el campo y marcharnos tras la gran noche que habíamos pasado, llegó la inquietud. El amigo no aparecía por ninguna parte. Al rato de andar buscándolo, nos aburrimos y decidimos pillar el coche camino a Dos Hermanas para ver si obteníamos alguna pista de él. Y la encontramos. A la altura del hospital del Tomillar estaba él, andando cabeza abajo por el arcén de la carretera, sin iluminación ni nada de nada. ¿Que si acabó el camino? Cuando le pitamos para que se subiera al coche, giró la cabeza y sentenció con un “dejadme terminar lo que he empezado”. De locos, vamos…
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