Tiempo de cambios. El calor se está marchando a regañadientes, abren las primeras discotecas de invierno y los becarios que andan por las redacciones de prensa, radio y TV se van marchando para hacer otras cosas. Esto último nos sirve cada año para hacer la tradicional cena de becarios en la que todos nos conocemos un poco mejor, se hacen unas risas, se ingieren unos licores y alguno que otro suelta lo que verdaderamente piense del jefe que ha tenido durante el verano. Esta vez la cosa estuvo entretenida y después de ponernos como el kiko, decidimos marcharnos a Babilonia. Allí hicimos el gran descubrimiento de la temporada: el pago de copas con la Visa. El que más y el que menos llevaba algo de dinerillo en la cartera para tomarse hasta el pulso, pero claro, a seis euros el pelotazo, con tres rondas propias, y un par de ajenas, la cosa empieza a ponerse fea. Y lo de la tarjeta, créanme, tiene su cosilla porque si ya se utiliza a lo loco para comprar ropa y esas cosas cuando uno está sobrio, los grados de alcohol sacan al amigo generoso que todos llevamos dentro.
Eso no se le olvidará nunca a Micky. A las 4 de la mañana se quedó sin blanca. Ni un céntimo en el bolsillo. «Llevadme a un cajero, anda». El personal que se descosía a bailes no le hacía demasiado caso y tampoco querían arriesgarse a coger el coche. En ese momento le sugerí la idea de pagar con tarjeta para que no se diera la caminata hasta Los Remedios. «¿Se puede pagar con la tarjeta?, pues ¡ya estamos tardando!». Así, Micky gastó y gastó hasta las tantas, momento en el que decidió dar descanso a la VISA. Por lo que me ha contado después, los tickets que guardó en su cartera fueron su peor resaca al día siguiente.
Comentarios recientes