Sevilla se parece mucho a Matrix por las noches. Y no hace falta tomar pastillas azules o rojas como Neo. Tampoco es necesario irse a Notre Damme a descoserse con el chunda chunda. La noche «¿es realidad o ficción?», se preguntó Kike con los primeros whiskies en Louisiana. Todo depende de la ingesta de alcohol o de lo que sea. Matrix, o en este caso, la Sevilla nocturna, te mantiene enganchado a su sistema mediante el alcohol, el ligoteo… Con un par de copas, uno se acuerda de todo. Sabe dónde está el coche, dónde está la novia y el dinero que le queda en la cartera. A partir de cinco, entras en Matrix. El coche pasa a ser superfluo porque «ya aparecerá». La novia sólo se mantiene en la cabeza si está dentro del ámbito de la visión. De lo contrario, empezamos a buscar a la chica del conejo blanco, igualito que Neo. El dinero no es importante porque, nunca sabemos cómo, pero siempre hay una copa en la mano. La música ni siquiera nos parece fuerte, a pesar de que a ese volumen no aguantaríamos ni cinco minutos un día normal de la semana. El agente Smith está representado, obviamente, por el camarero que cobra el líquido a precio de oro, por el dj que maltrata tus oídos y por el gorila de la puerta. Siempre están ahí, da igual cuánto los maldigas o critiques. El Elegido esa noche fue Cyrano. Recibió una llamada al móvil que, efectivamente, iba encaminada a sacarlo de Matrix (Lousiana). Su novia le comentó cuál era la única salida disponible en ese momento antes de que lo cogiesen los centinelas (la Guardia Civil en un control de alcoholemia). «Suelta el cubata de una vez, son las seis. ¿No estarás borracho? Pilla un taxi y mañana hablaremos». Por la mañana, el coche solitario, la cartera vacía y el dolor de cabeza nos recordó que Matrix no existe, la creamos nosotros.
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