Sería injusto no compartir con vosotros mi noche de fin de año después de la lata que di con las incógnitas que se crearon en torno al lugar donde acabaríamos perdiendo los papeles los de siempre. El primer dato significativo es que acabé con un disfraz de vaca que tenía las ubres allá donde os imagináis. De esa guisa, fui a dar con mis cuernos (los del disfraz, obviamente) en Cantillana, ese pueblo de Sevilla donde finiquitan el año con una macrofiesta de disfraces en la que dan premios a los mejores. O al menos eso aseguran. Miren, yo no voy a negar que los «chupa-chups» no estuvieran resultones con esas cabezas coloradas y esos cuerpos de gomaespuma la mar de currados. Pero no tenían el arte de las «macetas». Es justo reconocer también que entre éstas últimas estaban algunos conocidos, pero el curro que se habían metido para hacer los tiestos y los pétalos de gomaespuma, la cantidad de pintura que desperdiciaron y la de vueltas que le dieron al disfraz, merecían algo más que un segundo puesto. Lo que ocurre es que las flores, que tenían todo el arte del mundo, integraban a una maceta de marihuana (hecha de gomaespuma, ¿eh?) que portaba una regadera rellena de Brugal con cola y, claro, cambiar el agua por el ron hizo que las margaritas se pusieran a «petalear» como locas por la pista del polideportivo con eso de «voy a que me rieguen» al son de la orquesta Manhattan y de un Dj que, por poner, puso hasta el «Aquí no hay playa» y el siempre socorrido «Chiquilla».
Al final el jurado fue sensible a todo esto y decidió optar por la sensatez de los «chupa-chups» y darles el segundo puesto a las flores. A mí, con eso de que iba de «vaca loca» más de uno intentó hacerse el gracioso cogiéndome las tetas y haciéndome ir a su grupo para enseñarme a sus amigos como si fuera King Kong.
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