Pepe se presentó el otro día con una chica bastante mona bajo el brazo y con un cierto aire bohemio al que contribuían unas gafitas pequeñas. Estas cosas son así. El tío se ha pegado 26 años de su vida sin rascar bola y ahora lleva un mes que no se lo cree ni él. El conde ha tenido un fin de semana relativamente tranquilo. Solo relativamente, claro. El viernes me quedé en casa viendo videos caseros de esos que uno hace cuando se pega los dos o tres viajazos de su vida. Además de servirme para confirmar mis peores presagios en relación a mis habilidades como director de cine o documentales, la experiencia fue útil para saber qué se siente estando un viernes en casa. Y eso que un par de llamadas estuvieron a punto de sacarme del hogar. Una por parte de mi primo y otra a cargo del Pichón. Ambos se encontraban en la fiesta del Labradores que, por lo que cuentan, estuvo genial. Me alegro porque, como siempre, la organización se lo curró. La noche loca fue la del sábado. Y eso que este año me propuse no pasarme de marcha para poder ir a votar «en conciencia» en el más amplio sentido de la expresión entrecomillada. Al final casi tuve que empalmar la última copa con el lío ese de los sobres verde, blanco y salmón. Unas horas antes, Rosita me intentaba convencer para votar a MR del PP, mientras Kike me decía que votaba a ZP del PSOE «porque para eso soy un trabajador». Al final como el rollo de esas siglas no acababa de convencerme opté por jugar a ganador y quedarme con JB o, en su ausencia, con JW. Estos sí que tenían que formar un partido y les saldrían votantes hasta de debajo de las piedras. De hecho, la campaña la tienen hecha de calle. Mi amigo el Negro no votó porque lo acostamos con un buen pedal a eso de las 6 de la mañana. Fue lo mejor porque por el camino gritaba: «¡Voto antitaurino!»…
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