La boda de la prima de una amiga mía me llevó a Barcelona la semana pasada. Ya el jueves por la noche, de paseo por Las Ramblas, me di cuenta de que aquello es realmente una ciudad cosmopolita: ni un español por las calles. Mucha pinta extraña, mucho pelo como el Pájaro Loco y ropa «retro». Es lo que mi padre llama un «Kinki». La cosa pintaba fatal. El camino de Sevilla a Barcelona me había soplado casi veinticinco mil pelas entre gasofa y peajes porque esa es otra, allí entras y pagas por cada carretera que coges. Lo único bueno es que pillas vías de cuatro («cuatra» en catalán, que hasta he aprendido un poco…) carriles y te pones a zumbarle al coche hasta que no queda ni un caballo por exprimir. Fruto de ese afán por comprobar hasta dónde llega el velocímetro, mi amigo Tony reventó la válvula de escape del Golf ¿? No me preguntéis lo que és. Sólo puedo decir que la broma de ir a más de doscientos le costó al amigo 150 euros. Al menos el de la grúa que nos recogió era de Écija. «Aquí llegué en el 68 y tengo aquí a la mujer, los niños…un día de éstos me divorcio y me vuelvo al Sur». Di que sí, amigo. Esto no tiene comparación. El sábado me salvó la vida un SMS de mi primo. Me dijo un par de nombres de bares allá por el Tibidabo. Así que me fui al Mirablau y la cosa cambió considerablemente. Barato no es, para qué vamos a engañarnos. Nueve euros la copa y música de pachanguita, pero por ver los ojos de Mireia y su forma de bailar, habría pagado 50 euros por copa. No ligué por culpa del clásico Callo Malayo que no paraba de decirle que había que irse a casa para estudiar el domingo…¿Eso es una amiga? Mis tácticas, que creía universales, no funcionaron. Sólo conseguí que me diera su número de móvil…y encima me dio uno falso. ¡Ah! Al Forum no fui porque allí todo el mundo dice que es un engaño.
Comentarios recientes