Mira que se lo dije como veinte veces a mi cuñado: «Es mejor no disfrazarnos de militar en los tiempos que corren…». Pero ni él ni sus colegas hicieron el menor de los casos y, además, me convencieron para que yo también me pusiera un disfraz de esos de camuflaje que nada tienen que ver con los que salen por ahí de Rambo, con la melena rizada postiza…No. Para bordarlo, el Negro compró unas réplicas de armas de plástico. Objetivo: ganar en la fiesta de disfraces que organizó el Pitufo en su chalet. ¿El premio? una botella de Johnnie Walker. Sí, no es mucho pero ¿y nuestro honor?
Por el camino, una pareja de la Autoridad competente paró el coche del Negro donde, por primer vez en mucho tiempo, no iba nadie borracho. Lo único «multable» es que íbamos seis personas muy apretadas en el coche, aunque apenas se notaba. Pero, claro, cuando vieron dentro a seis tíos vestidos de soldado, con balas a porrillo en los cinturones y con un par de metralletas (de plástico, ¿eh?) por cabeza, no tardaron ni un segundo en decir «Todos fuera». Nos miramos y nos dio por reirnos, la verdad, pero por sus caras observamos que para ellos la cosa era bastante seria. «Tranqui, joer, que esto es todo de coña, que vamos a una fiesta de disfraces», solté así, con los nervios. Pero el de la «Benetérica», como diría Chiquito, no se fiaba y, después de hacernos seis controles de alcoholemia, cachearnos y medio interrogarnos durante media hora sobre las balas y las pistolas de plástico, nos dejó irnos. El Negro, como hace siempre, les invitó a tomar una copa después cuando acabaran el servicio pero, para variar, se negaron. Al final ganamos el concurso y ninguno de los presentes se creyó nuestra historia pero, ¿quién no ha tenido alguna vez problemas para hacerle creer algo a la Policía?
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