Aquellas primeras historias de amor siempre tenían dos versiones: la que le contábamos a los colegas y la que le contábamos a la mejor amiga de la chica a la que nos habíamos ligado. A los primeros cosas del estilo de «no veas como fue. ¡Eso tienes que vivirlo chaval! Creo que queda poco para la cama». A la amiga, pues aquello de «fue tan especial…Además que ninguno de los dos esperábamos esto. Tía, ¿crees que yo le gusto?». Pero, a pesar de las fantasmadas, siempre intentábamos regalar alguna que otra flor, una cartita muy de vez en cuando con un par de cosas sacadas de un libro de poesías prestado, preguntábamos a los mayores por tácticas a seguir y, en general, había una metodología que hubo que aprender y depurar con los años para ser un artista de la conquista. Ahora, sin embargo, la cosa es mucho más sintética: «Killa, ¿ké? ¿Hay ‘temita’?». No hay por qué decir más. El otro día en Fundición lo pude comprobar. Joven pelado con la taza en la chorla, con las Nike de muelles, abrigo sin mangas, y andares de haber dejado el caballo en la esquina. O sea, un kani con «k» de kilo. ¿La presa? Jovencita de no más de 20 que tontea con un cubata. Lucky Luke se acerca y le dice la frasecita a una distancia tal que a ella parece haberle salido otra cabeza en el lateral del cuello. Ella se hace la remolona, pero el sagaz y astuto depredador consigue su objetivo a los pocos minutos tras haber movido la cabeza como Leonardo Dantés durante ese rato. Fuera, por toda la calle, cientos de clones de Lucky, salvo en Boss porque saben que no entran. Algo no va bien. La crítica en este caso no es para el kani, que triunfó, sino para aquellos que, entre tanto botellón y tanto despiporre, se han vuelto vagos hasta para ligar. Y encima vosotras lo toleráis. ¡Que se lo curren! Que además, después, se disfruta más…
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