El domingo por la mañana tuve que soportar el «The Final Countdown» de los Europe a todo gas por culpa de mi nuevo vecino el heavy. «Buen equipo de música, ¿eh león?» le dije cuando me lo encontré de camino a la panadería. «¿Te gusta como suena?», me contestó con cara de flipaíto. Y le dije que sí, que me gustaba, pero que podía probar si funcionaba ese botón que pone «Down» junto al volumen. Le entró la risa nerviosa y se metió para su casa. Surrealista. El subnormal se creyó que lo del buen equipo se lo dije realmente porque me gustó su sonido, y no porque la melodía hortera me impidió rematar el sueño que estaba teniendo con la camarera de «Insomnio». Para fastidiarle, esa misma noche, domingo y todo, monté una fiesta en casa del copón. Objetivo: mosquear al heavy, que sé que se levanta tempranito. Me traje los altavoces de casa de mi padre y le pedí a mi hermana la más horrenda de entre todas las selecciones musicales pachangueras. «Sí, Lola, ponme a Georgie Dann, Las Ketchup (algo «retro»), algo de breakbeat machacón y todo el reggaetón ese que se lleva ahora en un CD de los que grabas en el portátil que te han traído los Reyes». Dicho y hecho. A partir de las diez de la noche mi casa no tenía nada que envidiar a un antro. A las once y media, el heavy llamó a la puerta: «No me gusta la música que pones», me dijo con la misma cara que Igor en «El jovencito Frankenstein». Y yo le respondí, con dos copas de más, «Ni a mí tu cara, pero el de la inmobiliaria no me dijo que el piso venía con heavy de serie». Sí, mis amigos lo tuvieron que agarrar porque quería pegarme. Normal, porque le insulté, claro. Su mujer, que por cierto está buenísima, vino tras oír el forcejeo y se lo llevó para casa. Me miró y me sonrió. Eso es que le gusto, así que voy a intentar beneficiármela. Eso sí que va a mosquear al heavy.
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