Tenorio llevaba la mitad de su cuerpo al aire libre tras haber abierto el techo solar del Mercedes que alquilé para celebrar su ascenso imparable. “Soy yo, Tenorio, vuestro nuevo líder”, gritaba mientras ondeaba un brazo y sujetaba con el otro una botella de ron añejísimo. Lo acaban de nombrar responsable de Publicidad y Marketing de una conocida empresa sevillana y, como no podía ser de otra forma, la noche del sábado quemamos Sevilla. Antes de ponerse en el coche como Leonardo Di Caprio en la proa del Titanic se había bebido conmigo un par de botellas de Moet de postre en Robles Aljarafe. “Una noche es una noche”, decía, mientras llenaba las copas. La charla que le di en los entremeses surtió efecto: “Si quieres divertirte como un señor piensa que esos 500 euros son billetes del Monopoly”. Y así lo hizo. Nada de whiskies de pobres. Chivas 18 con cola, para deleite de nuestro estómago y estupor de los camareros más puritanos. Laura y Jessica fueron las elegidas. ¿O nos eligieron ellas?, ¿Prepotencia? ¡Bah! La humildad esa noche habría sido una ordinariez supina. Y, por supuesto, nada de rifarnos el coche o acabar pidiendo las llaves del piso de estudiantes de algún colega. No. Dos habitaciones en el Alcora con desayuno incluido. Ésas las tuve que pagar yo pero, ¡oye! Con todo el gusto del mundo ¿eh? Esas dos chicas se sintieron como princesas en los brazos de semejantes hombres, llevadas por un cochazo alemán con chófer al que sólo le faltaba llamarse Sebastián y tener los bombones de marras en la nevera. Jessica y Laura se miraban constantemente y sonreían mientras Tenorio y yo hablábamos sobre acciones, empresas ficticias y beneficios. Eso terminó por seducirlas. ¿Qué eran superficiales? Sí, pero, ¿qué no lo fue esa maravillosa noche en la que hasta la resaca decidió hacerse elegante?
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