La escena del pequeño Pablín metiendo el codo en la alcantarilla para buscar las llaves que se le habían caído fue mítica. Reconozco que soy un mamón. Me parto de risa con las minidesgracias éstas que te aguan la noche pero que son carne de historia para la fogata del camping del verano siguiente. De hecho, mientras Pablín andaba dando vueltas alrededor de su clásico Citroën gris con los brazos en jarra, Nico y yo nos meábamos literal y figuradamente de la risa. No habíamos bebido, pero la estampa era de borrachera mental. Él allí preocupado y nosotros pensando en que el reloj iba hacia delante y la carnaza femenina de Boss, -y la de cualquier discoteca…-, es como un buen plato: hay que servirlo en su punto, ni demasiado pronto porque está crudo (te chulean, te bordean…), ni demasiado tarde porque está quemado (te miran como a cualquier otro calentón más de los que las han acosado). Supongo que comparar a las mujeres con una tortilla de patatas no es muy afortunado pero bueno, siempre quedará aquello de que hay tortillas que están para chuparse los dedos. En fin, paranoias culinarias machistoides aparte, -siempre en tono de humor, claro-, Pablín no encontró las llaves, lo cual terminó por convencernos de que había que emborracharse porque ya nadie tenía que conducir. Eso provocó, al día siguiente, la frase mítica de la semana. «Ayer cogí una ‘papa’ de las que ya no se llevan» anunció el pequeño Nicolás al mediodía siguiente. Ni que decir tiene que no nos comimos ni una rosca. Además, la «pesca» fue malísima. Ni siquiera cogimos un mísero teléfono de ésos que te dan en el guardarropas mintiéndote. Yo creo que parte de la culpa la tuvo el olor que llevaba encima Pablín después de meter la mano en la alcantarilla. ¡Ah! Gracias desde aquí a quien le devolvió las llaves en casa.
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