El viernes por la tarde, después de tanto trabajo duro, me tuve que ir a la Feria de Dos Hermanas. Digo “me tuve” porque realmente yo no quería. Mensajitos del tipo “20 ya pacá marik”, “Habemus papa frita con adobo, vnte tnto” o “Kpullo, ers el uniko d 2hermanas q no sta borraxo” me hicieron cambiar de opinión. Al llegar a la caseta de “Los del miércoles” pillé a todos allí en estado vegetativo. El Cabrilla había consumido guitas como para hacer la liana de Tarzán y fabricarle un collar a Chita. Estaba colorao a tope. “Qué malito estoy”, repetía, mientras empinaba Fontvella a grandes tragos. El rebujito no es bueno. Entra bien, pero te llena de gases, te pone la barriga como un balón de Nivea y lo peor de todo es que tardas dos jarras en coger el puntillo. Era tarde y no podíamos jugar. Había que apostar a caballo ganador y ése siempre tiene un nombre: Johnnie Cola. Hice pleno. Siete de la tarde. Con un botón menos abrochado, los colores subidos y un sentimiento de “todo el mundo es mi amigo”, la noche pintaba estupenda. Caseta de Fernan y cita para barbacoa el 21 de mayo (o eso apunté en el móvil). El Cabrilla se retiró a sobar. No tenía más cuerda. Diez de la noche: el Conde disfruta como Homer Simpson en una excursión a Cruzcampo. Nos fuimos a la caseta del Witty. Prueba del estado sublime es que bailé una canción en la que había una “gata que no habla ni tira p’alante” que, por lo visto, se ha perdido y la están buscando o no sé qué. Copiones. Lo que “camina p’alante” y “camina p’atrás” es un caballo, un canguro… Estos del reggaeton, además de destrozar la música, nos quitan tradiciones. Lo próximo será “¿Dónde esta Paquito que no encuentra su chocolaaaate?” (Poner tonillo). Pero vamos que yo lo bailé todo hasta el amanecer y, encima, al día siguiente sin resaca, algo que no puede decir el Negro…
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