Perseguido

El viernes por la noche, tras asistir a la cena que ofreció mi hermana porque va a caer en el común error de casarse, me escapé a tomar unas copas por Dos Hermanas. En el trayecto, me detuve en un semáforo situado a la altura del edificio Planeta y apareció a mi ladito un cochecito rojo con tres chicas en su interior. Hasta ahí, no pasa de ser la típica historia del satirón que piensa que las tres mujeres no tenían otra cosa mejor que hacer que pensar en lo bueno que está el chico del coche azul de al lado para montarse una «sex party» con él. Salimos del semáforo y anduvimos casi «juntitos» hasta que pasamos por el Hospital de Valme, momento en el que decidí adelantarles, -de una forma poco caballerosa, todo sea dicho-, por la derecha porque un servidor iba siguiendo a dos amigas que iban algo más adelante con su coche. Cuando llegamos al local en cuestión, a los pocos minutos me di cuenta de que ellas también habían llegado. ¿Me seguían? El morbazo es pensar que sí. De hecho, las analicé de reojillo sin que se dieran cuenta mis acompañantes. Estaban muy «potables». Duraron muy poco tiempo en el bar, así que no pude buscar una solución «elegante» para zafarme de mis acompañantes y conseguir, al menos, un telefonillo que añadir a la Agenda Canalla. Otra vez será. El sábado tuve más suerte con la pesca y conocí a una guapa arquitecta (yo no sé qué me pasa a mí con ese gremio, pero periodistas y arquitectos suelen construir grandes y efímeras historias). Tomamos unas copillas y al final acabó enseñándome su pequeño estudio. Ya conocéis mi interés por las mesas de dibujo técnico… Todo chachi, pero se pilló un mosqueo absurdo a la mañana siguiente cuando no recoloqué todos los peluches, jerárquicamente organizados, sobre su cama. Por la noche tan adulta, y por la mañana enfadada «porque Epi no estaba al lado de Blas». ¿Quién las entiende?

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