Mi bolsillo no resiste más ante la inconsciencia de esos que antes eran mis amigos los “machotes” y mis amigas las “liberales”. Bodorrios por doquier. Entre la corbatita que hay que estrenar, la tintorería y los dichosos sobrecitos en los que, como mínimo se te van 120 pavos, el temita “altar” me está hartando. Así que he tomado una decisión: yo también me voy a casar. Sí. Como lo oís. El Conde busca rollo estable y futurible. Sólo pongo como condición que me dejen seguir siendo canalla, claro está, porque a eso no renuncio ni loco. O sea, nada de “¿no es demasiado tarde para salir cieeeelo?” a las doce de la noche o “¿qué te da el Negro que no te dé yo?” (esto, además de sonar de pena, no tiene respuesta fácil). Otro de los requisitos es que sea una chica que sepa expresarse con algo más que bisílabos. Ejemplo: ante la pregunta, “¿Qué te parece si vamos a la playa el domingo”, no se puede responder algo como “Sí ohme”, “No, ohme”, “En seco” o “Arenita, que guapo men”. ¡No me digáis que de esas no quedan! Tampoco la quiero que sude Dolce & Gabbana, ¿eh? Una mujer normal, sólo eso.
Con esta mentalidad entré el sábado en Bilindo y en Babilonia, aunque he de decir que no se cabía ni en un sitio ni en otro. Tras dos horas en la segunda terraza, y tras haber radiografiado a la gran cantidad de niñas guapas que había aquella noche, hubo una que, además de ir sin ACCM (amiga-coñazo-callo-malayo), se fijó en mí, aunque seguro que no fue por mi forma de bailar reggaetón porque lo odio (“¡qué bonito está una mujer refregando su trasero por la parte erógena de un hombre!”, diría mi abuela del “perreo”). Tengo buen feeling porque no nos enrollamos la primera noche, sino que nos pegamos charlando hasta las tantas. Lo malo es que es periodista y como en ese mundillo son todos unos cotillas se puede enterar su novio…¡Ups!
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