El sábado a las nueve, Sevilha llenó su Avenida du La Palmeira con 200.000 sevillanhos sambosos. A lo largo de la noche, mi nombre pasó a ser El Counde Canailla di Janeiro ei Marqués di la Villa di Matalascanhas. Ese título nobiliario tenía una doble finalidad: adaptarme a las exigencias del guión de Carlinhos Brown y presentarme a vosotros con un atuendo especial en una fecha como la de hoy, en la que cumplimos un número de U7s igual al resultado de dividir por 1.000 a los sevillanhos que llenaron la Palmeira hasta el campo de O’Betis.
En la médula del grupo di sambeiros improvisados, los “Te-te-té”, “Pe-pe-pé” o hasta “Neng-neng-neng” se confundían con la variedad musical de ese magnífico carnaval. El Negro y yo disfrutamos con las sevillanhas sambeiras que, en bikini o bermudas, pasaron ante nosotros. Por cierto, a algunos no es que Rexona les haya abandonado, es que nunca tuvo nada que ver con ellos. Cada pasada de sambeiro que hacían dejaba el arouma salvaje di Janeiro (olor a sudor, vamos). Tampoco importó. Cuando terminó la fiesta en la Palmeira, el botellón se trasladó a las calles de Reina Merceides. Nosotros, como las terrazas no iban a bajar el listón con el tema de la ropita zumbamos para Matalascanhas. Tras lavarnos un poquillo en las duchas playeras y secarnos al viento, nos lanzamos a comprar un lotecito en la tiendecita esa que todos sabemos pero que no podemos decir aquí porque nos la joroban. En el loro del coche pusimos a Carlinhos para seguir ambientados. La futura esposa del Negro y mi amiga la periodista (que, para su novio, estuvo en el periódico hasta las tantas…) nos acompañaron bailando hasta que el sol nos devolvió a la realidad. Desaparecieron los “Janeiros”, las “h” intercaladas y el puntazo, y nos quedó la resaquilla del ron y un temita que contaros. Y ahora, a por el número 300.
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