El viernes por la noche empecé la marcha cenando en Casa Paco en la Alameda, un sitio con unas tapa que quitan el sentido y unos camareros muy eficaces, entre los que se encuentra Nacho, un joven cuyo único error fue decirnos su nombre. Mis amigas se lo gastaron (el nombre). Allí le pusimos una tarta a Mir para celebrar su veinticinco cumpleaños.
Posteriormente nos fuimos a Café Central por aquello de no mover el coche ya que en la Alameda lo de aparcar se parece mucho al juego de la sillita: todos dando vueltas hasta que uno sale y tres coches se tiran de cabeza a coger el hueco. Por allí me encontré a un par de compañeros de trabajo que durante la semana van encorbatados y que, por ser viernes noche, iban vestidos de personas normales. Es lo que tiene la Alameda, que mucha gente sigue acudiendo allí para esconderse y recordarse a sí mismos que son personas humanas y que hay otros métodos de relación más allá del SMS. Me gusta ver a mis colegas vestidos con camisa de leñador, vaqueros, zapatillas de deporte y un copazo en la mano mientras cuentan historias normales. Si no, al final acabo por olvidar su cara y poniéndoles a todos cara de pantalla de Nokia. Porque el móvil tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. ¿Quién no ha tenido que mandar a callar a los colegas mientras suena el móvil y pone en la pantalla: “Llamando Novia (o cualquier palabra cursi como ‘Cari’)” porque le hemos dicho que salíamos tarde de trabajar? Descuelgas y le dices aquello de “Ahora mismo iba a llamarte, guapa…” mientras el amigo gilipollas (en todas las pandillas hay uno) empieza a reirse a carcajadas y hace que te trinquen y quedes como un mentiroso. Eso sin contar con que tu novia ya ha pensado que estás al lado con alguna “golfa” sobona. A este paso, acabaremos por mandar un SMS con la palabra “Cubata” al 5555” y cogeremos una tranca virtual…¡Joder! Así acabaríamos con el botellón.
Comentarios recientes