La historia de la semana pasada ha traído cola. Los afectados se han cabreado porque dicen que no debí contar nada en el periódico. No, si os parece, lo mantenemos en secreto. Total, sólo se enteraron los vecinos de dos o tres calles, la Policía, que vino a denunciarme, mis padres por el chivatazo de la vecina, el carpintero del barrio que vino a poner un par de marcos de las puertas que alguien rompió borracho…y poco más. Pero, como en el anuncio de las tarjetas, ver alguno de vuestros correos de «apoyo», podríamos decir que «no tiene precio» y ha hecho que merezca la pena contar la historia ésta.
El viernes por la noche me pasé por Abril (la antigua disco-pureta El Coto) y no me lo pasé mal. Os comento las pegas y las cosas buenas. Para empezar, la técnica esa de márketing consistente en hacer pasar frío a 30 chavales inocentes para convencer al personal de que el interior está a tope cuando no es así, me parece inhumana. Claro, como los porteros están calentitos con las estufas… Una vez dentro, me parecieron curiosas las imágenes que se muestran, cuadriculadas, en las pantallas, pero sólo les encontré sentido a partir de la quinta copa. El discjockey…pufff…a punto de ganarse el famoso título «DJ Acuéstate». Tío, un buen pincha debe conocer el límite del contador de BPMs (velocidad del disco en pocas palabras) y no se puede hacer lo que sea para que dos canciones casen. Si no se puede cruzar a Marc Anthony con un grupito infame de reggaetón, no se puede y ya está. Al rato de oírlo, me acostumbré a su estilo aunque abusa de los temas modificados con bases «modernitas». No es Carl Cox, pero se deja escuchar. Eso sí, el sonido es muy bueno.
El público, heterogéneo. Me llamó la atención un abuelete sobón que manoseaba a una chavala que se dejaba y sonreía. El Negro asegura que era una chica «PPT» (Pagar Por Tocar) del polígono Calonge, pero yo todavía creo en el amor, y más cuando está cerca «Abril»…
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