El Negro fue claro y conciso: «Vente a Bramante que tenemos que hablar». Ese tono solemne, sin risas, hacía presagiar algo importante. Un mensaje apocalíptico destinado a cambiar nuestras vidas para siempre. Aquello sonó a «The End». Cuando llegué al bar encontré a Cyrano y al Cabrilla cabizbajos, mientras el Negro tenía cara de haber hecho algo de lo que se sentía mal, muy mal. ¡Mira que se nos ha caído la boca aconsejándole!, -parezco una madre ante la primera borrachera de su hijo-, ¿Para qué tantos años detrás de él diciéndole lo que está bien y lo que está mal?, ¿Y esas resacas de amigo jugando a la videoconsola y tratando como quien no quiere la cosa el tema tabú? Nada. No ha servido de nada. No nos ha hecho caso y ahora tendrá que pagar el resto de su vida por hacer las cosas sin pensar. Estos temas no son para madurarlos durante un día o dos. ¡Que no Negro, que no te enteras! «En serio tíos, es algo que ya he pensado y no hay vuelta atrás», repitió ante nuestra mirada de desaprobación…El Negro, ¡Se casa! Sí, lo habéis oído bien. Directo a la horca. Sayonara Baby. Será a finales del verano en la iglesia del pueblo, claro. Semejante tragedia sólo se puede maquillar con una despedida de soltero acorde a nuestra historia. «Menos de cuatro días, no. Una fiesta que no olvidemos a la que sólo vaya la gente que quiera el Negro», apuntó Cyrano sin desprenderse de la cara de tristeza. «Una juerga pa flipá que, como mínimo, sea a 250 kilómetros da’quí. No es por ná. Pero así estamos máh tranquiloh…» añadió el Cabrilla. Los cuatro sonreímos, incluido el Negro, a pesar de encontrarse con la soga al cuello. Es lo mínimo que podemos hacer por él. El único requisito es que me han pedido que el Conde tendrá que guardar silencio sobre lo que ocurrá, ¿qué puedo hacer? Lo pensaré…Pero todavía no lo he asimilado.
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