Con el calorcito en la ciudad, los sevillanos huimos como las cucarachas a tomar el fresco a Matalascañas. Este año las terrazas están chungas y a mí no acaba de convencerme aquello de irme al apeadero de Renfe. Lo peor es que casi me puse a llorar cuando pasé por Torneo y lo vi sin botellonas, sin música y sin nada. Como un velatorio. Solo coches y motos pasando por allí. Menos mal que no tenía nada que ver con el estado en el que se encontraba Matalascañas. Chicas con sus voluptuosidades más al aire que nunca y yo en plan Doctor Iglesias (como estaréis notando, es mi ídolo), a punto de coger una tortícolis mirándolas a todas. A mitad de camino echamos a suerte con los dados que tengo colgados en el retrovisor interior quién iba a ser el guapo que no bebía para volver después de la playa. Me tocó a mí. Pero bueno, uno debe ser maduro, adulto y sabe que el alcohol no es necesario para divertirse, ni el tabaco…¡Vale! Soy inmaduro. Parecía que queríamos obtener el primer premio de ingesta de whisky por minuto. ¡Pero era por la sed! Si mi madre siempre lo dice: «cuando estés sediento, bebe agua». Nos divertimos mogollón con Sara y sus amigas las sevillanas. La mitad de la pandilla acabó «falling in love» con ellas por las arenas. Por respeto no diré nombres, aunque alguien con una cámara de esas de infrarrojos para grabar de noche se habría forrado con nosotros con tanta indecencia. Como a las siete de la mañana yo no me veía en condiciones de volver a casa, decidimos que lo mejor era tumbarnos en la arena a descansar hasta que se hiciera de día. Y allí estuvimos, cerca del «tapón» hasta que una familia de domingueros nos despertó montando el chiringuito. Nos levantamos como vampiros, nos tomamos unos botellines y, ¡ta ta chan! Abrí el maletero y presté bañadores a mis amigos. Hacía tiempo que no me divertía tanto.
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