Los «sobraítos» los hay de dos tipos: el fantasmón y el que lo es de verdad. No me detendré en la descripción del primero porque en todas las pandillas hay uno. El segundo tiene un Golf, un A3, un Compact o un Sport Coupé. Absténganse el resto de coches por mucho «tunning» cateto que lleven encima. Al llegar al bar nunca se les pone chulo el portero porque siempre son colegas del dueño o del relaciones públicas del garito que sea. Las camareras le conocen a leguas, lo llaman por su nombre, le ponen lo que le gusta y encima, no le cobran, a lo que él responde con sonrisa cómplice y un ademán de echarse mano a la cartera. No te miran por encima del hombro, ni por debajo. Simplemente, no te miran. Y, sin embargo, tu chica ponen cara de Bea en Verano Azul mirando a Pancho con el caballo blanco aquel cabalgando por la playa…Es entonces cuando ella te dice eso de «¡qué coche más chulo que tiene ese tío!» y tú, por más que sabes que es verdad, respondes chorradas del tipo «¡qué va! Pero si mi buga tiene más caballos…». El Sobraíto no sabe cuántos caballos tiene el motor de su coche, ni le importa porque ellos nunca se pican con nadie. Yo tengo un amigo de estos, al que conoceremos en adelante como el «Sobraíto» y con él me fui a Boss a echar un dancing. Los Dj’s de todas las discotecas se empeñaron el finde pasado en poner el «Bulería» de Bisbal para ser los primeros. El Sobraíto sólo recordaba que «ése era el de O.T. ¿no?» A lo que yo le contesté que «sí» porque sabía que el chaval no vive en este planeta. Sólo bajó a la tierra para ligarse a Yolanda, presentármela con cierto desinterés y llevársela a «dar una vuelta». Eso sí, al final los dos mojamos el churro. Yo en el chiringuito del Puente de Triana en un vaso de plástico con chocolate y él, como no, en su apartamento de sobraíto.
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