Noche de fiesta a tropecientos kilómetros de Sevilla. Tras el surrealista fin de semana anterior, esta vez tocó bodorrio en Lisboa. Y, cómo no, con esa gran excusa, los más fiesteros de la familia, menos mi primo el que se casaba, nos dispusimos a patearnos los garitos de la capital de Portugal para hacer el informe oportuno que os expongo a continuación.
La juerga por allí es distinta. Para empezar, es como si el euro no hubiera entrado por las puertas, así que las copas están a los precios de hace 5 años aquí. Tres y cuatro euros y mucha variedad. Después, los dj’s no entienden de modas musicales ni de radiofórmulas. Pinchan lo que les viene en gana y lo mismo te están machacando con Safri Duo que, de repente, y sin anestesia general, te meten a Franco Battiatto con el «Yo quiero verte danzar…» (Al menos no es Dinio). Pero cuando a las cinco de la mañana te sorprenden con el «Pajaritos por aquí, pajaritos por allá, tu colita has de mover…», te cambia el chip, porque ya no sabes si estás en una discoteca o en la verbena de tu pueblo.
Al menos no pusieron «Paquinho el Chocolateiro», que vendrá a ser la versión en portugués de nuestro clásico universal. Para los solteros, la cosa no fue nada bien. No se comieron ni un rosco, hecho que mi primo Juan argumentó con frases del tipo «no nos entendían», «no me gustaba su estilo» o «el ambiente no era el ideal». Sandeces. No ligan aquí ni en Pequín.
¿La boda? estupenda, aunque la próxima, puestos a viajar, a ver si es en Ibiza o Tenerife.
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