En la celda de Frank Morris

El año pasado tuve la suerte de visitar el penal de Alcatraz en San Francisco. “La Roca”, como la llamaban sus presos, es un lugar frío, donde el ruido constante de las gaviotas que sobrevolaban el islote se vuelve insoportable a los pocos minutos. El agua que lo rodea todo llega a calar hasta los muros por lo que, a buen seguro, quien daba con sus huesos en Alcatraz experimentaba durante su estancia un existencia inolvidable.

La Roca es, con diferencia, el monumento más visitado de Estados Unidos. Y no me extraña. El cuidado que se ha hecho de las instalaciones es excepcional. No se ha restaurado ni se ha mejorado. Se practican los cuidados justos para que se mantenga exactamente igual que en 1963 cuando fue clausurada porque el gasto era inasumible para el Gobierno estadounidense.

La excursión por Alcatraz es obligada si uno visita “Frisco”. La recorrido audioguiado está realizado con una ambientación musical y unos efectos que te teletransportan a los años sesenta, la época dorada del penal.

Cuando llegas allí, ya te cuentan que un tal Frank Morris es, si acaso, el único que consiguió escapar junto a dos presos que le acompañaron en su plan suicida. Pero nadie puede confirmarlo puesto que nunca apareció, ni vivo, ni muerto. Después de escalar entre las tuberías oxidadas que poblablan la cámara que había tras su celda -a la que accedió después de excavar un agujero en la pared con un cortauñas y una cuchara afilada- consiguió salir del edificio carcelario por el tejado, bajar por unas conducciones, saltar una valla y, finalmente, nadar junto a sus compañeros de fuga (los hermanos John Anglin y Clarence Anglin) ayudándose de una balsa construida a base de impermeables.

Pasé por su celda habitual (también visité el agujero negro absolutamente escalofriante donde pasó algunos días de castigo), donde mantienen una reproducción exacta de la cabeza construida con revistas mojadas, pelo robado de la barbería y demás con la que engañó a los guardias la noche que escapó. Consiguió colocarla en su cama, tapada a media altura, y ninguno de los vigilantes fue capaz de darse cuenta del engaño, a pesar de que hubo más noches en la que la utilizó, mientras investigaba la trayectoria de salida y elaboraba en su mente un mapa para escapar. El plan de fuga comenzó a urdirse en mayo de 1962 y se materializó el 11 de junio del mismo año.

Su celda se mantiene intacta. Aquí en España probablemente se habría destruido todo (“salvo que Frank Morris perteneciera al Bando Republicano porque entonces sería un ‘héroe de la resistencia‘”, comenta un amigo invisible). No podemos olvidar que se trataba de un señor que había burlado el sistema de seguridad del sitio, paradójicamente, más fiable de EE.UU. Pero en América se prima al que comete un error, lo reconoce y pone medios para no repetirlo. Aquí se hace lo contrario. Se intenta ocultar el error y, si se detecta, se pone el ventilador para que el “marrón” llegue a otro destino.

Alcatraz se cerró al año siguiente. Era inútil pensar en una cárcel inexpugnable y así lo demostró la hazaña de Frank Morris y los hermanos Anglin. No hay cárcel inexpugnable, sólo presos incapaces de hacer un plan para escapar.

Hoy quiero pensar que Frank Morris escapó y llegó a la Isla del Ángel o a la Bahía de San Francisco. Algunos atracos a mano armada, posesión de narcóticos y algún “crimen” -en Internet no he conseguido encontrar si asesinó o no a alguien- no fueron suficientes para que un hombre con un coeficiente de 133 tuviera que pasar el resto de su vida en un sitio como Alcatraz.

Su leyenda continúa hoy en día en Internet y muchos lo dan por vivo aunque el FBI asegura que murió ahogado… Claro, admitir que se te escapó alguien de la prisión de máxima seguridad, de un sitio “inexpugnable” no es demasiado fácil.