El Conde se ha pasado una semana hecho trizas. Un virus estomacal de esos que te convierten en un personaje tremendamente «extravertido», me tuvo arrastrándome por casa desde el miércoles. Esta enfermedad no me impidió salir el viernes por la noche para cumplir con mis deberes de noctámbulo, aunque sí me hizo replantearme la excursión nocturna como algo más «tranquilo» de lo normal. Error. Nada más aparcar el coche a la altura de Gaudy, a pocos metros, ¡ta ta chan! Apareció un loco con un palo en la mano del tamaño de un bate de béisbol, gritando cosas en un idioma que ninguno de los allí presentes distinguíamos. Iba dando bandazos de un lado a otro de la acera, con los andares del hombre-lobo, y acercándose peligrosamente a los peatones que lograban esquivar los golpes. ¿La Policía? Sí señor, llamamos, como buenos ciudadanos, aunque nuestro objetivo era Buddha, todo hay que decirlo. Cogió el teléfono una señorita que preguntaba de todo mientras estaba ocurriendo la «minidesgracia» en cuestión. La conversación, surrealista. Por un momento pareció que estábamos jugando al Quién es Quién. «¿De qué color tiene el pelo?», preguntó la chica. «¿Cuánto mide?», «¿Qué ropa lleva?». Miren ustedes, como era temprano (12:30 de la noche) todavía nos dio por tomarnos en serio la conversación con el 112, pero al paso que vamos, lo más seguro es que dentro de poco sustituyan a estas teleoperadoras por un «Callcenter» automatizado en la Conchinchina en el que un menú absurdo nos indique: «Pulse 1 si lo están asesinando», «Pulse 2 si le persiguen dos pistoleros»…Si es que pocas cosas pasan en Sevilla por la noche para como estamos. Buddha estuvo muy bien, aunque la mención especial va en este caso para el DJ de Antique, un tipo al que no conozco pero que pincha lo que quiere sin importarle las modas. Elogiable.
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