Ya estamos preparando la «fiesta» de fin de año. Probablemente la haremos en casa de Cyrano. Total, se la acaban de entregar y como no tiene muebles ni luz porque hay un problema de ésos en los que se pelean los ayuntamientos, la constructora, la empresa de electricidad…Seguro que lo solucionan pronto porque el Conde se ha enterado de que en ese mismo bloque ha comprado un piso el hijo del alcalde de un pueblo del Aljarafe. «A ver si os creeis que yo elegí ese piso por casualidad…hip», comentó Cyrano mientras meditaba sobre cómo ir a ver el mundial de Alemania sin gastarse un duro y evitaba entrar en la lógica fase de fatiga, previa a la vomitera, tras haberse bebido una botella de whisky casi entera él solito.
Mi período de sobriedad obligada acaba de entrar en el ecuador. Ya estoy contando los días en los que cerraré un bar por la noche para cogerme una de esas borracheras de las que ya no se llevan con mis colegas… Sí, una de ésas de agarrarte al hombro de tu amigo e ir dando tumbos, como de costero a costero cantando alguna gilipollez y diciendo piropos elaboraos a todo lo que se mueva que pese más de 30 kilos y sea, a priori, mayor de edad. ¿No me negaréis que tengo razón? El sábado, de camino a Boss, pasé por una botellona en la calle Betis a la que faltaba poco para alcanzar el calificativo de «velatorio-circo». Unos chicos de los del «pelo clon», «zapatillas clon», «abrigo clon», «canuto clon», «motoempepiná clon» y de los que en el cerebro cae un tornillo y hace «clon, clon, clon», bebían callados, hasta que el «alma de la fiesta» sacó de la chistera una conversación literaria: «Mi pepino ahora zumba que flipas. Tiene un 18, un variadó limao y un 65 con un pepino de escape que le das y no veas la tralla». No le quitéis mérito que en su frase hay tres o cuatro trisílabos elaborados aunque repita «pepino» porque el porro le anuló el lado del cerebro de los sinónimos. Por último, ¿por qué no me dais ideas para disfrazarme?
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