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Salí el jueves de trabajar a las tantas. Me dirigí a casa para ducharme y echar un vistacillo por los locales. Vamos, lo de siempre. Conducía por el Charco de la Pava camino al Puente del Centenario que, no sé si lo sabéis, pero lo han minado de radares para que la gente no vuele bajo. El caso es que apareció a mi lado la figura del “picaíto” que te mira en los semáforos diciéndote con la mirada: “Te voy a machacar con mi coche tuneado, gusano”. Agarré la palanca de velocidad, pedal al fondo, primera, segunda, tercera,… La cosa estaba reñida. ¡Que no está bien correr! Vale. Pronto caí en la cuenta de la presencia de los radares y pensé que la mejor forma de enseñar al picaíto a no correr más era llevarlo directo a la “ratonera”. Pisé el freno a 100 metros del primer radar y me puse a 60 km/h. Él siguió acelerando y flash, flash, flash, aquello parecía un gran “fotomatón”. Pilló todos los radares a unos 160 km/h. Ya no correrá más por ese tramo, así que, en cierto modo, hice una obra de caridad. No me hagáis sentir mal. Jeje. No puedo parar de reir cuando lo pienso. Ejem. Esa noche fuimos a Antique y allí esperaba Culito Bombón. Ésta es nueva. Hablaba un inglés-mexicano impresionante, aunque lo que me llamaba la atención de ella no era su léxico… Se la disputaron entre varios hombretones, o eso parecían, porque uno de ellos no paraba de mirarme y sonreir. “Guarrón”, diría mi abuela. Aquello parecía una cacería. Pronto entendí que lo mío era mirar porque no tenía la menor de las posibilidades con el bomboncito. Los tres buitres empezaron alrededor de ella cual rito de apareamiento animal. Les faltó levantar la pata y mearse en el tobillo para marcar el terreno. ¡Babosos! Al final se emborrachó a costa de ellos y los fornidos no se comieron nada. Y yo, me harté de reir. De todas formas me estoy planteando volver a intentarlo con alguna chica…¿Será este verano?
Escapada a Jerez de los Caballeros para disfrutar de la Feria del Jamón. En realidad, que fuera o no del jamón me importaba bien poco. Lo importante es que era una feria con casetas, niñas guapas y pachangueo nocturno. Y lo segundo importante es que yo iba sólo con cuatro chicas. O sea, como “una más”. Eso tiene su rollito interesante, sobre todo cuando empiezan a hablar de temas femeninos porque las mujeres, cuando se ponen, son más descriptivas que nosotros de aquí a Pekín. ¡Qué morbillo! Reme, Miri, Marian, Guachi y el Conde. El viernes por la noche nos metimos en “El 5º Pino”, que es una especie de caseta-discoteca en la que DJ Acuéstate (no sé cómo se llama pero se puede pinchar mal, peor y como él…) lo mismo te ponía el “Funky Cool Medina” que te cambiaba el tercio con música machaca de la que se lleva ahora. ¡Viva Studio 54! Aunque bueno, con el nivel etílico del personal habría pegado hasta la música del Telediario. Eso se nota. Cuando ves al doble de Poli Díaz subido a un cajón de madera bailando compulsivamente al son de Paulina Rubio, sin camiseta, con los pelos como Pumuki alitropizado y los ojos como dos platillos, sabes que cualquier ritmo va a funcionar. La gente de allí es estupenda, eso sí. Muy servicial y atenta, aunque algunos se pasan de “amables”. Hubo un buitre que una vez que se hartó de que mis acompañantes lo largaran con frases suaves del tipo “¿!Me quieres dejar en paz de una puta vez joder!?”, se acercó a mí y, botellín en mano, me dijo: “Hola, vengo a darte apoyo logístico”. ¡Qué tío más servicial! Hombre, me vio allí apurado con cuatro mujeres y se ofreció a ayudarme. Ya no quedan hombres como él…Por cierto, a ver si algún canallita me explica porqué ahora la gente lleva chandal de noche. ¿Acaso van a hacer gimnasia en vaqueros de día? ¡Aps! Mucha mujer pero no me comí más que un plato de jamón.
El viernes por la tarde, después de tanto trabajo duro, me tuve que ir a la Feria de Dos Hermanas. Digo “me tuve” porque realmente yo no quería. Mensajitos del tipo “20 ya pacá marik”, “Habemus papa frita con adobo, vnte tnto” o “Kpullo, ers el uniko d 2hermanas q no sta borraxo” me hicieron cambiar de opinión. Al llegar a la caseta de “Los del miércoles” pillé a todos allí en estado vegetativo. El Cabrilla había consumido guitas como para hacer la liana de Tarzán y fabricarle un collar a Chita. Estaba colorao a tope. “Qué malito estoy”, repetía, mientras empinaba Fontvella a grandes tragos. El rebujito no es bueno. Entra bien, pero te llena de gases, te pone la barriga como un balón de Nivea y lo peor de todo es que tardas dos jarras en coger el puntillo. Era tarde y no podíamos jugar. Había que apostar a caballo ganador y ése siempre tiene un nombre: Johnnie Cola. Hice pleno. Siete de la tarde. Con un botón menos abrochado, los colores subidos y un sentimiento de “todo el mundo es mi amigo”, la noche pintaba estupenda. Caseta de Fernan y cita para barbacoa el 21 de mayo (o eso apunté en el móvil). El Cabrilla se retiró a sobar. No tenía más cuerda. Diez de la noche: el Conde disfruta como Homer Simpson en una excursión a Cruzcampo. Nos fuimos a la caseta del Witty. Prueba del estado sublime es que bailé una canción en la que había una “gata que no habla ni tira p’alante” que, por lo visto, se ha perdido y la están buscando o no sé qué. Copiones. Lo que “camina p’alante” y “camina p’atrás” es un caballo, un canguro… Estos del reggaeton, además de destrozar la música, nos quitan tradiciones. Lo próximo será “¿Dónde esta Paquito que no encuentra su chocolaaaate?” (Poner tonillo). Pero vamos que yo lo bailé todo hasta el amanecer y, encima, al día siguiente sin resaca, algo que no puede decir el Negro…
El Cafre, -también conocido entre sus amigos como «El Salvaje»-, se ha casado. La afortunada es mi amiga Eli. Ambos sufrieron una «Boda Express» en una iglesia de Cantillana. Diez minutos de ceremonia y para fuera. Impresionante. Uno no sabe si estar contento porque el cura no alargó el asunto con el calor que hacía o si desilusionarse porque allí fue todo tan rápido que los propios novios se preguntaron a sí mismos si habían dado el «Sí quiero». Para colmo en la iglesia había una nutrida representación de gente que pasaba olímpicamente de la boda y convirtió aquello en una especie de sala de charla. Viene a ser algo así como «¡aaaah! como la boda no es mía…». En fin, a unos nos educan de una forma y a otros de ninguna. Pasado el mal trago, los novios se montaron en el Cadillac guapetón que habían alquilado y que el Flequi condujo de maravilla. ¡Vaya monada de buga! Allí lloraron hasta los balcones de emoción. Llegamos al convite. Canapés, primer plato, segundo, postre y ¡cubateo! Es decir, primero se cumplen los trámites necesarios para que el alcohol caiga en blandito y no directamente el estómago, como le pasó al Isi, que pilló el ron miel por banda y con el rollo de «¡qué suavito está! y ¡qué bien entra!» acabó por ver una playa justo antes de «extrovertirse» en el sentido más literal de la palabra. Lo de la playa estaría bien si no fuera porque estábamos en medio del campo en Sevilla…La orquesta no sé cómo se llamaba pero fue la mar de divertida con los clásicos: «Paquito el chocolatero», «El caballo camina p’alante…». Al finalizar la noche los novios se fueron para su nueva casa que, previamente, ya habían preparado sus amigos con canicas en la cama, vasitos que se derraman por el suelo y todas esas putadas que se hacen a unos novios amigos… A la mañana siguiente, el Cafre nos llamó para citarnos para una nueva fiesta: la «Llegada» de Soltero. No tiene arreglo.
Estábamos en una caseta los de siempre. Viernes de Feria, una de la mañana. Yo, a mi bola. El Cabrilla, el Isra y el Salva, a su bola. Y el Negro, como una bola… porque se niega a adelgazar. Fue entonces cuando los cuatro chavales que acababan de entrar empezaron a montar el lío. Ahora los llaman “canis”, pero son los niñatos de siempre. Solos, sin el puño americano, sin el pitón de la moto y sin los chandals blancos que usan para todo menos para hacer deporte porque tienen los pulmones fritos de tanto canuto, no son nadie. Y por separado, menos. Hiceron un poco el payaso, la «poli» les calentó en la puerta por tontos y se fueron. Aquí se acaba el protagonismo de mi sección para los imbéciles éstos. ¿La Feria? Imaginad. De arte y compás porque yo no me peleo ni cuando juego a la “Play”. Tomé “rebujito”, “tiobujito”, “johnnie walkercito”, “ballantinito”, “ginebrita” y todos los “itos” que me pusieron por delante. Soy un tipo de costumbres. La sed es muy mala y el albero nos seca la garganta. Y luego, ¡qué guapas están las mujeres vestidas de gitana! Más todavía según va avanzando la noche. El alcohol nos hace bellos y cariñosos a todos. Eso nos unió a la Soni y a mí durante una hora. Ha sido el noviazgo más corto de toda mi vida de feriante. Nos juramos un amor eternamente efímero ante una botella de La Guita y una tapa de chocos a medio llenar. Al fondo una lona a rayas rojiblancas. “¿Quiede zé mi movio?”, me preguntó con una media lengua, mitad forzada, mitad anestesiada por la manzanilla. Es lo más romántico que he vivido desde el noviazgo de Pancho y Bea en Verano Azul. Al final la cordura imperó y no hicimos ninguna locura porque entre amigos estos rollos súbitos no son buenos, y porque el Negro terminó por cargarse la estampa gritando “Ya está aquí, ya está aquí, San Fernando con un pin”. Si es que no se pué sé tan bético, Negro.
La historia de hoy también podría situarse bajo el encabezado «Sucedió una tarde». Incluso si le añadimos «…de toros», mejor que mejor. ¡Sí! ¿Qué pasa? Fui a los toros. Sé que tengo mucho lector antitaurino, pero qué se le va a hacer. De vez en cuando al Conde le gusta moverse por ambientes de ésos en los que la gomina, el patillaje currojimenesco y los jerseys del caballito, el cocodrilito y todo eso que ya sabemos, son las constantes. Es lo que diferencia a los ricos de «los otros» que, en esta ocasión, no es una peli de Amenábar, sino el colectivo formado «por el populacho», que diría mi amiga Irene. En esos saraos se oyen frases del tipo «Esto es mejor que morir de caché». Sin comentarios. ¿Cómo leches se muere uno de caché? ¿Dónde está ese órgano en el cuerpo? Porque, claro, imaginad que uno llama al médico y le dice: «Doctor, creo que me estoy muriendo de caché…». Te puede responder que esa enfermedad no la curan en la Seguridad Social. Por lo que pude entender mientras deambulaba junto a Charlie entre «ellos», -los que no son «los otros»-, eso del caché tiene que ver con tu coche (mínimo un X5 de BMW, porque si no, tendrás otra cosa, pero del caché, olvídate…), con tu bolso, con los pantalones… ¿La corrida? Pssé. El tal Salvador Vega lo hizo bien y los Manzanares estuvieron flojitos ante unos toros que, según Charlie, eran una «mansada». Entiendo que no tenían caché. Me fui con él a tomar cervezas, gambitas, choquitos…, en fin, lo propio de un día muy «cachetoso». Con todo, al final se me olvidó pedirle a una de las chicas que me explicara bien el significado de ése bisílabo. Este fin de semana, en la Feria, me volveré a juntar con ellos y ellas. A ver si consigo que uno de esos bombones pijorrines me explique lo del caché…o, al menos que me deje cogerle un caché…te en el Charco la Pava.
La otra noche estuve charlando por Internet con un lector que, curiosamente, estudió en el colegio donde yo estudié y vive en el barrio donde yo viví. También es fan absoluto de Espinete y Chema “El Panadero”, -aunque coincidimos en que la parte trasera de la panadería tenía toda la pinta de ser una tapadera-. Desde aquí le mando un saludo a “Stainkor” porque fue divertido charlar con él. En fin, mi amigo el Cafre nos invitó a su despedida de soltero. Su novia se fue a Paladium a rodearse de macizorros, platos con formas fálicas y bebidas exóticas. Me cuentan que las peores, como siempre, las cuarentonas y cincuentonas, que ven a un boy y les tiembla hasta la pituitaria, por no contar los pellizcazos, -y bocados-, que le meten en el culo a los infladitos del gym. Nuestra noche masculina prometía ser más divertida…Empezamos en una tasca. Tasca, tasca. Nada de carpaccios y cosas modernas de ésas. Solomillitos con papas fritas y tintorro en plan comuna hippy. Después nos fuimos al Azúcar de Cuba, donde los mayores se extrañaron de que 28 “mojitos” nos costaran 170 euros. Botellona en la furgoneta hasta llegar al American Show, en la avenida Kansas City, el local que antes era de striptease únicamente y en el que ahora hay unas chicas que te abrazan nada más llegar y te dicen “Dame un besito mi amol”. Conseguí zafarme de tres de ellas porque el “prota” era el Cafre. Nos hicieron un striptease privado en un cuartillo chico a los catorce y nos dejaron salir con varios grados corporales más cada uno. Algunos veteranos se fueron después al “Colores”, -aquello creo que no sólo es para striptease-, a ver cómo estaba la cosa. Yo me fui a seguir de bares por Sevilla porque el Conde es un romántico que prefiere seducir antes que pagar.
La escena del pequeño Pablín metiendo el codo en la alcantarilla para buscar las llaves que se le habían caído fue mítica. Reconozco que soy un mamón. Me parto de risa con las minidesgracias éstas que te aguan la noche pero que son carne de historia para la fogata del camping del verano siguiente. De hecho, mientras Pablín andaba dando vueltas alrededor de su clásico Citroën gris con los brazos en jarra, Nico y yo nos meábamos literal y figuradamente de la risa. No habíamos bebido, pero la estampa era de borrachera mental. Él allí preocupado y nosotros pensando en que el reloj iba hacia delante y la carnaza femenina de Boss, -y la de cualquier discoteca…-, es como un buen plato: hay que servirlo en su punto, ni demasiado pronto porque está crudo (te chulean, te bordean…), ni demasiado tarde porque está quemado (te miran como a cualquier otro calentón más de los que las han acosado). Supongo que comparar a las mujeres con una tortilla de patatas no es muy afortunado pero bueno, siempre quedará aquello de que hay tortillas que están para chuparse los dedos. En fin, paranoias culinarias machistoides aparte, -siempre en tono de humor, claro-, Pablín no encontró las llaves, lo cual terminó por convencernos de que había que emborracharse porque ya nadie tenía que conducir. Eso provocó, al día siguiente, la frase mítica de la semana. «Ayer cogí una ‘papa’ de las que ya no se llevan» anunció el pequeño Nicolás al mediodía siguiente. Ni que decir tiene que no nos comimos ni una rosca. Además, la «pesca» fue malísima. Ni siquiera cogimos un mísero teléfono de ésos que te dan en el guardarropas mintiéndote. Yo creo que parte de la culpa la tuvo el olor que llevaba encima Pablín después de meter la mano en la alcantarilla. ¡Ah! Gracias desde aquí a quien le devolvió las llaves en casa.
El Negro fue claro y conciso: «Vente a Bramante que tenemos que hablar». Ese tono solemne, sin risas, hacía presagiar algo importante. Un mensaje apocalíptico destinado a cambiar nuestras vidas para siempre. Aquello sonó a «The End». Cuando llegué al bar encontré a Cyrano y al Cabrilla cabizbajos, mientras el Negro tenía cara de haber hecho algo de lo que se sentía mal, muy mal. ¡Mira que se nos ha caído la boca aconsejándole!, -parezco una madre ante la primera borrachera de su hijo-, ¿Para qué tantos años detrás de él diciéndole lo que está bien y lo que está mal?, ¿Y esas resacas de amigo jugando a la videoconsola y tratando como quien no quiere la cosa el tema tabú? Nada. No ha servido de nada. No nos ha hecho caso y ahora tendrá que pagar el resto de su vida por hacer las cosas sin pensar. Estos temas no son para madurarlos durante un día o dos. ¡Que no Negro, que no te enteras! «En serio tíos, es algo que ya he pensado y no hay vuelta atrás», repitió ante nuestra mirada de desaprobación…El Negro, ¡Se casa! Sí, lo habéis oído bien. Directo a la horca. Sayonara Baby. Será a finales del verano en la iglesia del pueblo, claro. Semejante tragedia sólo se puede maquillar con una despedida de soltero acorde a nuestra historia. «Menos de cuatro días, no. Una fiesta que no olvidemos a la que sólo vaya la gente que quiera el Negro», apuntó Cyrano sin desprenderse de la cara de tristeza. «Una juerga pa flipá que, como mínimo, sea a 250 kilómetros da’quí. No es por ná. Pero así estamos máh tranquiloh…» añadió el Cabrilla. Los cuatro sonreímos, incluido el Negro, a pesar de encontrarse con la soga al cuello. Es lo mínimo que podemos hacer por él. El único requisito es que me han pedido que el Conde tendrá que guardar silencio sobre lo que ocurrá, ¿qué puedo hacer? Lo pensaré…Pero todavía no lo he asimilado.
Nadie quería seguirme la corriente, pero al final conseguí que el Cabrilla, el Negro y Cyrano se vinieran conmigo el sábado por la noche a hacer eso que critican tanto los políticos, vecinos, dueños de bares, etcétera. Vamos, los quejicas del botellón. Saqué nuestro «guante amuleto», un cacho de lana que nos pasábamos hace algunos años, cuando esta práctica era habitual entre nosotros, y que rescaté de la guantera del Renault 5 antes de que la prensa chatarrera lo destrozara. Aquel guante, deformado, sin color y más tieso que lo más tieso que se os ocurra, era lo que utilizábamos en las botellonas invernales para no congelarnos los dedos al echarnos hielo. Su presencia desató una corriente de leves sonrisas, como una cinta del Tijeritas o una camiseta de Naranjito. Ese guante nos recordó a todos que estamos pasados de moda para el botellón y que los reyes son ahora los chicos con camisas de «marca» compradas en el Parque Alcosa que agarran la cintura de algo que está entre niña y mujer, pero que juega a lo segundo con un cigarro en una mano y de contrapeso un cubata casi igual de alto que ella. Pero lo bueno nunca muere. El Cabrilla puso a prueba el equipo de sonido de su Mercedes ante el transistor venido a más del Seat León del «Canitronic», -dícese del ‘cani’ tecnificado cuyo coche parece escanear el suelo con una luz azul-, que se nos puso al lado. Aquel «Rythm is a dancer» de Snap pudo con el «Baila morena…». Nos tuvimos que ir porque el Cani, que tenía los ojos como los faros del Titanic, se puso agresivo. Pasamos de malos rollos. Aquel chaval acabaría la noche como la empezó: hasta el culo de pastillas y quién sabe qué mas. Nosotros, sin embargo, preferimos las carreras de fondo y vivir la vida un poquito más para tener que contar, algún día, más historias como la del «guante amuleto”.
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