Nueve menos cuarto de la mañana. Suena el despertador. Es el comienzo de un nuevo día de trabajo, atascos, retos y estrés a raudales. Es el inicio de todo eso que tan poco me gusta pero que tanto necesito. A veces, lo pido a gritos para no dejar hueco al pensamiento. Sin embargo, antes de que todo eso ocurra, hay un momento que dura sólo unos segundos, en el que me quedaría durante horas.
Ese pequeño trance -entre el sueño profundo y la conciencia plena del nuevo día- es para mí un trasunto de paz. Es un momento en el que no hay alegría o tristeza, no hay tiempo, no hay edad. No hay nada más que algo cercano a tu propio ser. No hay vínculo con el tiempo y la mente no juzga, no te lleva hacia adelante o hacia atrás en el tiempo. No te recuerda si anoche perdistes a un ser querido y lo llorastes hasta quedar dormido o si, fruto del azar, te convertiste en el mayor de los millonarios. Es tu esencia, sin tiempo, sin prejuicios, sin la identificación con el “yo” que, en unos minutos, se autocompadecerá de sí mismo bajo la ducha por ese largo día que tan cuesta arriba se presenta. Sigue leyendo la canallada Perdido en un puñado de segundos
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