España votó hace casi dos años a un presidente que tenía ante sí uno de los mayores retos de la historia reciente: preparar a un país para superar el peor temporal económico que se recuerda, frenar la destrucción de empleo y solucionar los problemas de desigualdad y celo que se empiezan a dar en guettos donde malviven inmigrantes y familias españolas de clase baja (caldos de cultivo, a la postre, para la aparición de hordas que atracan, queman coches y hacen esas cosas que ya hemos visto en países vecinos). Algunos pueden ver esto último como la foto fija “exagerada” de algo que ocurre en algunas barriadas españolas, pero sólo hay que echar un vistazo a las tres últimas décadas de Estados Unidos, Francia y otros países desarrollados para entender que es un problema muy a tener en cuenta.
Pero sin embargo, a ZP le ha dado por meterse a limpiadora donde no debe para no afrontar la suciedad y la podredumbre que de verdad genera mal olor, molesta y hace sufrir a los españoles. Adoctrina a sus secuaces -los presidentes autonómicos y alcaldes de ayuntamientos afines- para que hagan lo propio. Y en lugar de limpiar y acondicionar la economía, agilizar las administraciones (acondicionar al conglomerado de funcionarios disfuncionales podría ser un buen primer paso) y controlar y adecentar los suburbios donde se está cociendo la sociedad que nos castigará en los próximos años, se dedica a (redoble de tambores): ¡limpiar las aulas de crucifijos y cuadritos del Rey!
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