El caso del asesinato de Marta del Castillo ha dejado a las claras la mala situación en la que se encuentra el mundo del periodismo. Parece como si a los reporteros se les hubiera quedado el chip en la puerta de la casa de la Pantoja y fueran incapaces de preguntar algo que no fuera una gilipollez suprema. Esto sin contar con las concesiones absurdas al morbo y la intromisión sin escrúpulos en el duelo de una familia destrozada.
En estos días se han oído estupideces del tipo “hagamos un llamamiento para coordinar a los motoristas náuticos de Cádiz y Málaga para que peinen el Guadalquivir” (total, para qué le vamos a preguntar qué opinan los de la UME de la Guardia Civil, los buzos…) o hacer conjeturas a lo Mulder y Scully (no podríamos decir Grissom, porque esto está más cerca de lo paranormal que de lo policial) sobre lo que ocurrió la fatídica noche del 24 en casa de los presuntos asesinos. Si pasas por la calle Argantonio o León XIII y ves una alcachofa, aprovecha para decir lo que te parezca porque, encima, la reportera (o reportero) te dirá que “todo es fruto del dolor”. “Pues la verdad es que mi perro lleva diez minutos perdido…”, espetó. Y ella, Betacam en frente, respondió, “Sí, todos te comprendemos, su asesinato nos ha conmocionado”.
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